Mujer guapa (1)
L King
-No, señor -contestó de manera clara pero sin altanería-, nunca ha sido mi propósito ser guapa; lo he sido, sin proponérmelo y, frecuentemente, a mi pesar.
-No, señor -contestó de manera clara pero sin altanería-, nunca ha sido mi propósito ser guapa; lo he sido, sin proponérmelo y, frecuentemente, a mi pesar.
-De una pubertad precoz aprendí muy
temprano a reconocer las miradas y los acercamientos personales
lascivos. Cuando los elogios como mujer por primera vez llegaron a
mí, créame, no me halagaron; fueron tan burdos y de tanta falta de
ingenio, que si no me ofendieron al menos me provocaron un sentimiento de aversión. Cuando cumplí quince años rogué a mis
padres que no me los festejaran de la manera acostumbrada. No quería
sentirme como si me llevaran a presentar ante una sociedad deseosa de
conocer los nuevos modelos que entrarían a la competencia en el
mercado del amor. No quería, tampoco, reír como tontita, en esa
fiesta, fingiendo no darme cuenta que a partir de entonces me estaría
convirtiendo en alguien que frecuentemente sería asediada como
mujer, o como hembra, mejor dicho. Mi temprano desarrollo femenino era el que precisamente me
advertía de los riesgos de ser atractiva.
-Eludí
esas fiestas y muchas otras gracias a la inteligente generosidad de
mis padres y a una especie de retraimiento en mi misma. Los libros de
Dostoievski y Tolstoi, primero, los de Zolá, Balzac y Goethe
después, fueron una agradable compañía durante la adolescencia.
Sin embargo, nunca fui suficientemente infantil como para intentar
personificar en mi vida diaria a alguna de esas heroínas, mujeres
fatales o enamoradas desafortunadas. Pero pude imaginar otros mundos,
o recrearlos, y lo imaginado me resultó mucho más atractivo que los
vulgares requiebros amorosos de los que frecuentemente era objeto.
-Créame
que durante mi adolescencia y después de ella, nada me parecía más
repulsivo que ser cortejada por jóvenes, y adultos, que aún viniendo de
familias acomodadas, se comportaban como verdaderos patanes. Abundan
los pretendientes que en lugar de llevar una conversación
inteligente para predisponer las almas y los cuerpos a un
acercamiento deseable, usan un lenguaje soez, aprendido seguramente
en la floreciente industria pornográfica barata del internet que actualmente
sustituye toda educación relacionada con el amor, el deseo y sus
prácticas. La confusión entre las caricias y el manoseo vil, es una
constante, así como las prácticas de alcoba ridículas, en los que
no faltan los fingidos estertores que, a falta de auténtico goce,
desean hacerlos pasar por la cúspide del placer de los cuerpos. !Que
prácticas amorosas tan ridículas! Y no vaya a creerse que estas airadas expresiones mías se deban a una hipócrita mojigatería. No. No me avergüenza reconocer
que los asuntos del amor y del placer los disfruto de la
misma manera que cualquier mujer saludable.
-Su
alegato, Señor, se propone hacerme pasar por una mujer atractiva,
coqueta y pervertida. He dicho que en los asuntos del amor y del
placer soy como cualquier mujer saludable. ¿Puede juzgársele como
descastada o pervertida a una mujer por ser partícipe de ese
magnífico juego del amor en el que interviene el coqueteo, la
correspondencia, la duda, la insistencia, la picardía inteligente...y esas cosas? Yo creo que
no. Pero voy más allá. No creo que mi gusto por participar
voluntariamente en una auténtica relación amorosa sea equivalente
al consentimiento para participar en grotescos juegos de supuesto erotismo en el que mi cuerpo resulte vejado y lastimado. Si en
esas circunstancias he cometido algún delito, antes de que se me
declare culpable, tengo todavía muchas cosas por decir...
Comentarios
Publicar un comentario